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domingo, 19 de mayo de 2013

Inspiración y otros sueños

Quién me conoce bien, de verdad, desde el principio de los tiempos, sabe que en mi tierna infancia hay dos momentos que marcaron un antes y un después: el día que aprendí a leer (con a penas 4 añitos recién cumplidos) y el día que aprendí a escribir (que fue, más o menos, a la vez).

Esta habilidad innata para la palabra escrita o leída (y hablada, porque aprendí a hablar antes que a caminar) es la que me ha facilitado el aprendizaje de idiomas durante toda mi vida y hasta hoy (y Chomsky tiene razón, ¡la Gramática Universal existe!). De hecho, si aún no he ido de cabeza al paro como tantísima gente, es gracias a esa habilidad lingüística que no deja de salvarme el culo una y otra vez (bueno, eso y la suerte. Y, por qué no decirlo, porque soy inteligente y buena en mi trabajo. No, no tengo abuela jeje).

Pero no se trata sólo de idiomas, hay algo más que no muchos conocen y que se me da bien. Se me daba bien: escribir historias.

Escribía historias a todas horas en alguno de los cuadernos que me iban regalando para ello. Tuve mi etapa de poetisa, de relatos de fantasía, de cuentos, de terror... incluso alguna historia de misterio y asesinatos (ojo, que esa la escribí con unos 12 años tras una bromita-no-muy-graciosa de un amigo de mis primos).
Luego llegaron las historias de fantasía/amor bien en forma de fanfic, bien origen de mis propias ideas.
Pasaba el día imaginando historias en mi cabeza y luego plasmándolas en papel, a veces incluso se trataban de sueños que había tenido y que seguía recordando al amanecer.
Era tan fácil, tan sencillo, tan parte de mí... soñaba con convertirme en escritora y para ello no hacía más que devorar libros y escribir. De los libros aprendí la corrección, la buena gramática, la puntuación. No creo que haya nadie que haya tenido nunca una colección de "Barco de Vapor" tan extensa como la mía... y no de los libros verdes, no, ¡de los naranjas y de los rojos! ¡y muuucho antes de la edad indicada! (siempre he sido y seré una snob de lo intelectual, es lo que hay).

Pero un día dejé de hacerlo. Dejé de escribir. Las historias seguían en mi cabeza, seguían naciendo, creciendo... y muriendo, por que no era capaz de plasmarlas en el papel. No sé qué pasó, no sé qué cambió, pero un día perdí la inspiración y, a día de hoy, no ha vuelto a mí.

Y por eso siempre tengo un blog entre manos (éste o cualquiera de los que he ido abriendo y cerrando desde que descubrí internet).
Y por eso soy una devoradora compulsiva de libros. Desde que he descubierto la app de Kindle para Android, más. Y en versión original, que suelen ser más baratos, porque no hay bolsillo que aguante mi ritmo de lectura.
Y por eso soy fiel admiradora de Laura Gallego García y de sus maravillosos libros, porque ella ha logrado su sueño. O de Kelly Dreams (¡gracias, oh Amazon, por descubrírmela!) que a fuerza de sudor y trabajo está logrando que pueda vivir de sus creaciones (y que, por cierto, es un sol). También de Nia Belles que escribe con una delicadeza que con un sólo libro ya me ha llegado al corazón y se ha convertido en una de mis favoritas. Ellas son para mí algo muy especial, porque han logrado conseguir algo que yo he dado por perdido. No puedo sentir más que admiración por ellas.

Sé que algún día la inspiración volverá a mí, que cogeré boli y papel (o el ordenador y así me ahorro pasar después a limpio) y que podré quitarme de un plumazo toda esta frustración de querer y no poder. Daré una vez más rienda suelta a mi imaginación y escribiré algo, aunque sólo sea para mí.
Pero mientras ese momento llegue, seguiré leyendo a mis heroínas (y héroes, que también los hay). Seguiré siendo una de sus muchas lectoras en la sombra.